No era mi intención seguir hablándoles de cultura, pero manda la actualidad. Esta semana hemos sabido, por un lado, que Josep Ramoneda va a abandonar en enero la dirección del CCCB, y, por otro, que una serie de prohombres y promujeres catalanas han difundido un manifiesto electoral titulado «Per Catalunya, la cultura». Respecto a lo primero, poco hay que añadir, como no sea que la renuncia no parece deberse a la voluntad del afectado. Respecto a lo segundo, en cambio, sí proceden algunas consideraciones. No en cuanto al texto, ciertamente. Aunque hay quien ha elogiado el esfuerzo de sus promotores por articular un discurso en tiempos de consignas, injurias y chascarrillos —nada como las campañas electorales para percibir, en todo su esplendor, el grado cero de la inteligencia—, lo cierto es que el ensayo no deja de ser una mala redacción de cuando en el bachillerato todavía se redactaba. O sea, un tropel de tópicos ensartados en una sintaxis adolescente. Por lo demás, el texto desprende de cabo a cabo un tufillo herderiano —ya saben, aquello de la lengua como alma del pueblo, de la nación— que no hace sino incrementar la sensación de «déjà vu». No, lo realmente significativo del susodicho manifiesto no son sus contenidos; es que, entre sus firmantes, no haya una sola voz independiente —independiente en un grado u otro, antes o después, del erario público—. Figuran en él consejeros de Cultura pasados y presentes; directores generales de ayer y de hoy; concejales y exconcejales; funcionarios de la universidad; periodistas a sueldo de los medios públicos; secretarios generales y directores de la Administración; responsables de instituciones, organismos y fundaciones públicos o semipúblicos. No hay nadie, insisto, cuyo sustento dependa en mayor o menor medida del mercado, cuyo sueldo no esté supeditado al compromiso ideológico. La cultura catalana está en estas manos. Y así le va.

ABC, 19 de noviembre de 2011.

Los funcionarios de la cultura

    19 de noviembre de 2011