Los días 15 y 16 de julio de 1978, los dos partidos socialistas catalanes —el llamado Congrés, de Joan Reventós, y el llamado Reagrupament, de Josep Pallach, pero sin Pallach y con Verde Aldea— se fundieron con la rama catalana del PSOE, encabezada por Josep Maria Triginer, para formar un solo partido, el Partit dels Socialistes de Catalunya. Tres en uno, pues. Pero, sobre todo, dos bandos en uno. Por un lado, el de los catalanes de toda la vida; por otro, el de los nuevos catalanes a los que no habían tentado los cantos de sirena del PSUC. Y dos bandos que ya habían comprobado lo productivo de su unión en las legislativas del año anterior, cuando una coalición entre los de Reventós y los de Triginer había vencido claramente en Cataluña.
Han pasado treinta años desde entonces y, si uno se atiene a las cuotas de poder logradas por el partido, parece fuera de toda duda que la fórmula ha funcionado. Otra cosa es por qué. Por supuesto, no por el socialismo. En la acción política del actual PSC, nada hay, excepto cierta fraseología, que pueda relacionarse con los principios del socialismo. No, la fórmula ha funcionado porque el PSC ha sido siempre mucho más catalanista que socialista. O, si lo prefieren, mucho más heredero de Reventós y Verde Aldea que de José María Triginer, mucho más acomodadizo que coherente con la mayoría de sus postulados ideológicos. Y el acomodo en Cataluña tiene un nombre: catalanismo. Fuera del catalanismo, todo es embarazo, molestia, inseguridad. En cambio, si uno se adapta, tarde o temprano le llegará la recompensa.
Lo cual no significa, claro está, que hayan ganado la partida los catalanes de toda la vida. No, los verdaderos vencedores son los otros, los nuevos catalanes. No los votantes, pobrecitos —esos pintan muy poco—, sino la infinidad de cuadros de toda clase y condición que desde entonces han controlado de un modo u otro el partido. Sí, los Montilla, Corbacho, De Madre, Zaragoza, Chacón y compañía, que no han tenido el menor empacho en sudar catalanismo hasta donde hiciera falta. Y tanto lo han sudado, y tan bien les ha ido, que hoy pueden afirmar, sin sonrojarse lo más mínimo y sin que sus correligionarios del PSOE se atrevan siquiera a desmentirles, que los promotores del «Manifiesto por la lengua común» no han pisado nunca Cataluña o que el texto genera «catalanofobia».
Y así nos va.
ABC, 12 de julio de 2008.