1. Ignoro quién fue el primero en emplear la expresión, de dónde sale, vaya, pero imagino que será una de esas metáforas que resultan de la conjunción entre el lenguaje político y el periodístico. Uno lo crea y lo pone en circulación, el otro le encuentra la gracia y también lo usa, y así hasta entrar en bucle. Sea cual sea su origen, la metáfora tiene una base desagradable: el hedor. Uno se tapa la nariz cuando algo huele mal. De ahí se sigue, claro, que lo que huele mal es la papeleta. Se vota a un partido maloliente, pero, aun así, se le vota. Las razones por las que desprende ese hedor poco importan. El votante habría optado por una opción menos apestosa, por una aromática incluso –la suya de siempre, tal vez–, pero las circunstancias le aconsejan no hacerlo en esta ocasión. Existen, por supuesto, quienes nunca votan con la nariz tapada: los votantes “de toda la vida” de un partido; la militancia, donde se mezclan fanáticos y paniaguados –hoy en día, una vez eliminado el sistema educativo público como ascensor social, ya sólo se puede escalar socialmente con una mínima seguridad en el seno de un partido político–, o los abstencionistas de carnet. Pero los realmente decisivos son los de la nariz tapada. Representan eso que se conoce como “voto útil”, un voto por lo general reflexivo en el que se pesan los pros y los contras y donde lo que menos cuenta quizá sea la ideología.
No hace falta que añada, supongo, que cuantos más ciudadanos decidan en las próximas elecciones ejercer su derecho al voto tapándose la nariz, mucho mejor le irá a la doliente democracia española.
2. Esta campaña ha traído una novedad a la que no se ha prestado, creo, la debida atención. Me refiero a los trackings, ese seguimiento diario de la intención de voto que los medios de papel han incorporado a sus páginas y replicado en sus ediciones digitales. La novedad, por supuesto, no es que las empresas demoscópicas hagan este tipo de seguimiento; llevan años haciéndolo. La novedad es que los medios lo estén ofreciendo a sus lectores día a día en plena campaña, lo que permite observar de primera mano las fluctuaciones del voto y hacerse una idea de por dónde pueden ir los tiros el domingo 23. Los partidos políticos con posibles han contado siempre con esta clase servicios que les permiten ir ajustando su campaña en función de las tendencias que van detectando. De ahí salen frases del tipo “en Ferraz / en Génova manejan encuestas que les dan…”, tan habituales en todos los medios. Dado que los partidos se financian en parte con dinero público, tal vez podría pedírseles que, en un ejercicio de transparencia, publicitaran también las suyas. Claro que al que habría que exigirle primero esa transparencia por estar financiado con dinero público sería al CIS. No al actual, por descontado; al que venga después.
3. El debate del lunes por la noche fue lo más parecido a un combate de boxeo en el que un púgil va soltando, crispado y fuera de sí, golpes a espuertas, muchos de ellos antirreglamentarios y sin que los árbitros los sancionen, mientras su contrincante los va esquivando e intenta colocar alguno que dé en el blanco, lo que logra en contadas ocasiones. El espectador cuyo voto podía depender en parte del desenlace de la pelea habrá llegado a la conclusión, me temo, de que más vale que nos gobierne la templanza que el desvarío.
4. Cuando faltan diez días para el término de la campaña, si algo consolidan los trackings es el bipartidismo. Los porcentajes y los escaños atribuidos a cada opción política varían ligeramente, pero las oscilaciones suelen darse casi siempre dentro de un mismo bloque. El voto de derecha y el de izquierda parecen bastante estables y apuntan en general a un cambio en la gobernación del Estado. De consumarse el 23J ese vuelco, a Sánchez –en el supuesto de que no tome las de Villadiego– y al PSOE les quedará el consuelo de haber sacado, dadas las circunstancias, un resultado apañadito, con los sumandos de Sumar bastante diezmados en relación con lo obtenido cuatro años atrás por Podemos y sus confluencias. Pero en uno y otro caso, lo que sí está garantizado son las luchas intestinas. O sea, domésticas y viscerales.