No conozco a nadie en Madrid que me haya hablado en el último cuarto de siglo del infierno. Quizá todo se deba a que entre mis amigos y conocidos de la capital no hay ningún cura ultramontano, pero el caso es que jamás de los jamases les he escuchado decir que vivían en el infierno. Es más, entre esos amigos se cuentan unos cuantos que en la última década han llegado a Madrid procedentes de Cataluña, lo que equivale a afirmar que llegaron huyendo del infierno independentista –ya en ciernes, ya en su apogeo, según la circunstancia de cada cual–, y muy tontos serían, francamente, de haber dejado un infierno para instalarse en otro. Por lo tanto, no acierto a comprender cómo puede haber alguien en la ciudad o en la Comunidad que sostenga lo que sostiene el segundo párrafo del manifiesto “Ahora, sí” en apoyo a un gobierno madrileño de izquierdas, respaldado, cuando escribo estas líneas, por 1.317 personas: “Esta vez sí es posible conseguir que la derecha, y la ultraderecha, salgan del poder en la Comunidad de Madrid después de 26 infernales años de atentados contra los derechos y la dignidad de la mayoría ciudadana”.
Que yo sepa, los únicos “atentados contra los derechos y la dignidad de la mayoría ciudadana” cometidos en Madrid en los últimos “26 infernales años” han llevado la marca del terrorismo etarra y del terrorismo islamista. Y ahí sí la palabra infierno resulta pertinente; basta con ponerse en la piel de las víctimas, suponiendo que sea humanamente posible. O con intentarlo, al menos. Ignoro si a los redactores del manifiesto y a sus adherentes les ha pasado en algún momento por la cabeza la profunda inmoralidad de semejante paradoja, pero viendo entre los firmantes a sujetos como Juan Carlos Monedero o Cristina Fallarás más bien me inclino a creer que no.
Y ya que estamos con los firmantes, lo primero que llama la atención son las ausencias. Cuando menos en relación con aquellos manifiestos de la ceja que tanto dieron que hablar. Es verdad que no es lo mismo la sonrisa beatífica de Rodríguez Zapatero que la imagen que alcance a proyectar la tríada Gabilondo, Iglesias y García, donde la sosería buenista comparte protagonismo con la vileza arrogante y el perreo de ocasión. Pero, aun así, los hay incombustibles, como esa doble pareja formada por Elvira Lindo y Antonio Muñoz Molina, de una parte, y Almudena Grandes y Luis García Montero, de otra. Dejemos ahora a un lado, si les parece, a las señoras y vayamos con los caballeros. (Y conste que dicha exclusión obedece tan sólo a los imperativos de un artículo.)
Muñoz Molina, por ejemplo. ¿Cómo alguien que se ha significado por sus denuncias del terrorismo de ETA cuando tantos intelectuales de izquierda les bailaban el agua a los violentos o callaban como momias ante sus maldades, puede suscribir semejante frase –y otras del texto, como la que afirma que la victoria de la izquierda significaría “cortar en seco el avance del fascismo en nuestro país”–? ¿Cómo alguien que ha elogiado sin reserva alguna a Manuel Chaves Nogales por su compromiso cívico, esto es, al autor del prólogo a A sangre y fuego, verdadero epítome de lo que se entiende por Tercera España; cómo alguien así puede poner su firma al término de un escrito explícitamente guerracivilista?
O el caso de García Montero, que no tiene ningún empacho en proclamar, como tuvimos ocasión de leer en una entrevista reciente, que él sigue siendo comunista por más que “en la mayor parte del mundo donde el comunismo ha podido gobernar ha derivado en totalitarismo, falta de libertad, torturas” –se le olvidaron los millones de asesinados, pero en fin–. Pues bien, este al menos es consecuente al estampar su firma al pie del manifiesto. Eso sí, como escritor. Que nadie piense que estamos ante la misma persona que dirige el Instituto Cervantes por expreso deseo del presidente del Gobierno. No, ese es otro. Bendita bipolaridad. Del mismo modo que puede seguir siendo comunista y denunciar, a un tiempo, los crímenes perpetrados en su nombre, puede identificarse como director del Cervantes o como simple escritor, según le convenga.
Esos dos hombres y sus respectivas parejas residen hoy en un infierno llamado Madrid. Y, por lo que sabemos, sin privarse de ningún lujo. Está visto que no hay como ser un intelectual de izquierdas, o, lo que es generalmente lo mismo, un consumado practicante de la doble moral, para alcanzar semejantes cotas de bienestar. Que no nos vengan, pues, con patrañas. Digan lo que digan y firmen lo que firmen, si por algo suspiran esos cuatro es por alargar unos añitos más esos “26 infernales años” de los que hasta la fecha han disfrutado.
(VozPópuli, 22 de abril de 2021)