Las elecciones al Parlamento del pasado 24 de mayo han dejado en Baleares una Comunidad políticamente escindida. Y no tanto entre derecha e izquierda, como suele creerse y pregonarse, sino entre partidarios del régimen de libertades que la inmensa mayoría de los españoles nos dimos el 6 de diciembre de 1978 y partidarios declarados de romperlo o ponerlo, como mínimo, en entredicho. Por supuesto –números cantan–, las fuerzas autoproclamadas de izquierda han obtenido una victoria incontestable: 211.583 sufragios (PSIB-PSOE, Podemos, Més, MpM y GxF+PSIB) frente a 156.041 (PP y El PI) –datos con el 99,18% escrutado–. Y lo más trascendente, 34 escaños, cuatro por encima de la mayoría absoluta de la Cámara autonómica. Les corresponde, pues, tratar de gobernar.
Ahora bien, limitar el análisis postelectoral a esa clase de cálculos no nos llevará muy lejos. Más que la relación de fuerzas entre ambos bloques, lo que en verdad importa determinar a estas alturas es el sentido que puede tomar la política en Baleares en los próximos años. Y es aquí donde los esquemas tradicionales se antojan insuficientes. Porque, si observamos los movimientos de esos últimos días, favorecidos por distintos factores más o menos coyunturales, parece evidente que el eje derecha / izquierda empieza a difuminarse en beneficio del identitario.
En realidad, la campaña misma ya dio muestras de esa decantación. El conjunto de los partidos denominados de izquierda, e incluso uno tradicionalmente conservador como el PI, construyeron su campaña en torno a dos ideas fuerza: el ataque sistemático a las políticas económicas y sociales del PP –ya el de Rajoy, ya el de Bauzá– y el reclamo de una mejor financiación para la Comunidad, como solución, al decir de los reclamantes, a todos nuestros males. A caballo entre una y otra idea fuerza, la defensa cerril del modelo escolar vigente y de una política lingüística basada en el catalán como única lengua de la escuela, los medios públicos y la Administración, reforzaron, si cabe, la percepción de que lo dirimido en las urnas, aparte de un cambio de modelo económico y social, era el propio futuro de Baleares. Como parte de una presunta nación catalana, claro está.
El resto ha venido como consecuencia del resultado electoral. Entre los partidos llamados a gobernar, ha habido vencedores ¬¬–en especial, Més y Podemos– y perdedores –PSIB–. Por más que estos últimos reivindiquen ahora su preeminencia en el ranking de izquierdas, no hay duda de que la pérdida de votos y escaños, unida a los incrementos experimentados por sus teóricos aliados, les debilita de forma considerable. Puede que el PSIB logre encabezar el próximo gobierno autonómico; pero difícilmente va a mandar. Tanto Més como Podemos le impondrán unas políticas muy alejadas de la centralidad propia de un partido de centro-izquierda con vocación de gobierno. Y si añadimos a lo anterior que es muy probable que Podemos no se integre en el próximo ejecutivo y se conforme con prestarle un apoyo parlamentario, entonces lo identitario será moneda corriente. O mucho me equivoco o escenas como la de la pasada Diada de la Policía Local de Palma, en la que dos concejales de Més consideraron innecesario ponerse de pie cuando sonó el himno nacional de España, se repetirán a menudo. Eso si no derivan en esperpentos delictivos como el del sábado en el Camp Nou, en presencia del Jefe del Estado y ante el regocijo del presidente de la Generalitat catalana. Al fin y al cabo, entre Mas y Més no media sino un simple ejercicio de traducción –acentos aparte–.
Con todo, esa polución nacionalista no se dará sólo en el bloque de gobierno; también, aunque en menor medida, en la fuerza de oposición mayoritaria. Las reacciones producidas en el PP tras el batacazo electoral indican que el hasta ahora partido gobernante se halla en un tris de abandonar su condición de fuerza de ámbito nacional. Cuando menos en lo que respecta a su franquicia balear. Detrás de ese giro regionalista que se anuncia y en el que están implicados, parece ser, una gran cantidad de alcaldes populares en trance de convertirse, en su gran mayoría, en exalcaldes, existe un evidente entreguismo a los intereses del catalanismo, empezando por los que guardan relación con la conculcación de los derechos lingüísticos de los ciudadanos. Lo disfrazan de regionalismo, pero, como muy bien dijo Joan Font en estas mismas páginas, ¿qué sentido tiene proclamarse regionalista en pleno Estado de las Autonomías?
Así las cosas, uno de los principales cometidos de un partido centrista como Ciudadanos en esta nueva legislatura será el de garantizar la presencia en el Parlamento autonómico de una voz comprometida con los principios constitucionales de libertad e igualdad. Sólo mediante los valores democráticos inherentes a nuestra ciudadanía compartida y un ejercicio responsable del gobierno y la oposición estaremos en condiciones de lograr altas cotas de bienestar para nuestra Comunidad y, por extensión, para el conjunto de España. Este y no otro debería ser el primer objetivo de la mayoría de las fuerzas políticas de Baleares. Por desgracia, mucho temo que, hoy por hoy, nos hallamos a años luz de semejante propósito.
Xavier Pericay, cabeza de lista por Ciudadanos al Parlamento Balear
(El Mundo)