El diputado de Ciudadanos en el Congreso Guillermo Díaz, orador talentoso y portavoz del “Equipo para la Refundación Liberal” engendrado por el Comité Ejecutivo del partido para cumplir con la promesa de su presidenta, Inés Arrimadas, al día siguiente de perder toda representación en el Parlamento de Andalucía; Guillermo Díaz, decía, ha declarado que están “dispuestos a crear unas nuevas siglas que aguanten”. Vayamos, pues, con el propósito expresado por el representante de los depositarios de la promesa.
Para empezar, quiero creer –es más, estoy convencido de ello– que en la expresión que hace al caso el verbo crear está usado en la acepción de ‘dar lugar a algo como consecuencia de una o varias acciones’ y no, por ejemplo, en la de ‘producir algo de la nada’. En otras palabras: lo que salga del experimento refundacional no puede sino tener como fondo de armario los principios que concurrieron en la fundación de Ciudadanos, más o menos remozados en los distintos idearios aprobados en las Asambleas del partido y adaptados, si acaso, a las necesidades políticas del momento. Parece que el próximo mes sabremos con algo más de precisión por dónde van a ir los tiros.
Lo de las “nuevas siglas que aguanten” tiene más tela. De entrada, se entiende que aquí las siglas están por el nombre. Lo que en realidad se plantea es un cambio de nombre y, de resultas de ello, un cambio de siglas. En un mundo como el presente, gobernado por la imagen y lo simbólico y en el que todo, o casi, es puro reclamo, las siglas, nos guste o no, han ido suplantando los nombres. Incluso ese Ciudadanos que todavía existe es más Cs que otra cosa.
Pero lo que en verdad me tiene intrigado es lo del aguante. ¿Qué son unas siglas que aguanten? ¿Qué es un nombre que aguante? Demos por bueno que estamos hablando de la resistencia en el tiempo y no en el espacio. Hasta que sea refundado, Ciudadanos habrá aguantado cerca de 17 años. Y si quieren tomar como referencia la publicación del manifiesto que llamaba a fundarlo, cerca de 18. No está nada mal tratándose de un partido político de nuevo cuño. Además, como recordó Arcadi Espada en una columna (“Que le pongan Clientes”, El Mundo, 21-7-2022), es difícil encontrar un nombre más apropiado para un partido que se definía de acuerdo con los derechos de ciudadanía –seriamente amenazados, entonces como ahora, por el nacionalismo imperante– que el que sugirió con manifiesto acierto –y perdón por la redundancia– una de las firmantes del manifiesto fundacional, Teresa Giménez. Si los principios no van a variar en lo esencial, ¿a qué viene privarse de un nombre que tan bien los encarna?
La culpa la tiene el desgaste de la marca, aducen los actuales gestores y a la vez gestantes de lo por venir. Como si Nokia, pongamos por caso, cuando su estrepitoso derrumbe de ventas de hace más de una década hubiera renunciado a la marca sustituyéndola por otra, a fin de salvar la cara de quienes habían gestionado de forma tan deplorable aquella crisis. No seré yo quien rompa una lanza por el futuro de Ciudadanos o el ersatz que se le adjudique en adelante. Pero, ya que hablamos de marcas, dudo que alguna empresa emprendiera una iniciativa de este tipo sin cambiar previamente el CEO y demás directivos.
Y aún hay más. Dícese que el partido en Cataluña es muy reticente al proceso –al de cambio de nombre, se entiende; lo otro se da por descontado–. Que apuestan por mantener el Ciudadanos y hasta el Ciutadans, como han hecho desde el nacimiento de la formación, por más que las siglas vayan a mudar en el resto de España. El hecho diferencial, vaya. Y no sólo dentro del propio partido. También como el PSC en relación con el PSOE. O como el viejo PSUC con respecto el PCE. O como En Comú Podem en relación con Unidas Podemos. Un partido aparte. Si así fuera, a Cs ya no se le podría reprochar, desde el propio nacionalismo, no ser un partido catalán. Aunque dudo mucho que esto pudiera calificarse de buena noticia.