Uno de los efectos colaterales de la crisis de gobierno generada por el caso contratos ha sido la creación, en la nueva consejería de Cultura, Participación y Deportes, de una dirección general de Participación y Memoria Democrática. O, mejor dicho, ha sido el añadido, a la dirección general de Participación ya existente –y una vez extirpada, no sin dolor, la Transparencia–, de la Memoria Democrática. Conviene, pues, preguntarse por los motivos de esta amalgama conceptual y por sus posibles consecuencias.

Para empezar, todo indica que entre los dos conceptos no existirá una relación equilibrada, sino claramente desigual, en la que primará eso que llaman memoria democrática. La designación para el cargo de director general de Manel Santana, un historiador experto en la Guerra Civil y miembro destacado de la asociación Memòria de Mallorca, así lo da a entender. Y, por si no bastara con ello, la coincidencia de ese nombramiento con la reciente entrada en el Parlament de una proposición de ley de Memòria Democràtica de les Illes Balears, auspiciada por todas las fuerzas firmantes de los Acords de governabilitat y por Gent per Formentera, no hace sino confirmarlo. Vamos a tener, por lo tanto, memoria democrática a espuertas. Y la participación, de haberla, no será más que un asunto vicario, al servicio probablemente de ese rescate memorialístico que amenaza con entretener a nuestro gobierno y a sus compañeros de viaje hasta la próxima crisis.

Porque la memoria invocada, y no está de más señalarlo, ya no es la histórica del expresidente Rodríguez Zapatero, sino la democrática (una vez más, Cataluña –con su Memorial Democràtic, creado a rebufo de la ley socialista– como telón de fondo). Ahora bien, más allá de evidenciar el mimetismo entre nacionalismos hermanos, ese tránsito de una memoria "histórica" a una "democrática" resulta altamente instructivo y revelador. La memoria que el Govern y sus adláteres aspiran a recuperar es democrática por el simple hecho de que la otra, según ellos, no puede serlo. En otras palabras: esa memoria democrática es la de las víctimas de la Guerra Civil –las del bando perdedor, por supuesto–; la de quienes tal vez cometieran excesos durante el conflicto bélico, pero los cometieron –y ello les absuelve en buena medida– por una causa justa–; la de los represaliados por la dictadura franquista –siempre y cuando hubieran militado en el antifranquismo–; la de los republicanos –a condición de que fueran de izquierdas, claro está–; la de los buenos, en definitiva.

Y para comprobar hasta qué punto va a ser ese y no otro el enfoque de esa dirección general de nuevo cuño, sirva un solo ejemplo. El pasado 14 de abril se celebró en Formentera un acto en recuerdo de los 58 presos que fallecieron en el campo de concentración de la Savina, entre 1940 y 1942, debido a la malnutrición. La flamante consejera de Cultura, Transparencia y Deportes –llevaba apenas una semana en el cargo– asistió al acto y justificó su presencia allí con el propósito de "dignificar y reconocer la labor de tantos y tantos ciudadanos que lucharon por la democracia y que lo pagaron con su vida". ¿Se preguntó en algún momento Fanny Tur quiénes eran esas víctimas de nuestra Guerra Civil encerradas en aquel campo en unas condiciones infrahumanas? ¿Se preguntó si todas habían luchado en verdad por la democracia? ¿Se preguntó si había entre ellas, pongamos por caso, algún anarquista o algún comunista, enemigos acérrimos y declarados del régimen republicano, al que siempre soñaron con derribar por la fuerza de las armas? Lo dudo. Resultaba mucho más cómodo, mucho más correcto políticamente, alinearlas a todas en el bando de la democracia, o, lo que es lo mismo, dar por hecho que en el otro bando no había, no podía haber por principio, ningún demócrata.

Esa visión maniquea de una de las etapas más tristes de nuestra historia es la que se aprestan a ofrecernos el Govern y los partidos que le secundan. Una visión torcida, tendenciosa, falsa. Justo la que cualquier demócrata rechazaría, hoy como ayer, de plano.

(Diario de Mallorca)